Porque no enviò Dios a su hijo para condenar al mindo, sino para que el mundo sea salvo por Êl. Juan 3:17.
Corriò Rosita, una niña de escasos 10 años, hacia su papà -un lìder sindical-, mostràndole jubilosamente su boleta de calificaciones. El padre tomò la boleta, la leyò y de pronto, con enojo, le dijo a su hija. "Mira, aquì tienes un seis de calificaciòn.....¿Què te pasò?".
La niña con mucha madurez para su edad, le contestò al padre: "Papà, por què sòlo miras èse seis en deportes, y no te fijas en todos los nueve y dieces que saquè en las demàs materias".
Esa respuesta trae a la mente la actitud de muchos lìderes que en un jardìn no ven las flores, sino el estiercol que hay en un rincòn; que no ven los aciertos, sino las fallas; que no construyen, sino que dstruyen. Què diferencia con el liderazgo de Jesùs, que convivìa, con pecadores, borrachoas, prostitutas, leprosos, enfermos, discapacitados y con la gente màs rechazada, pero no veìa en ellos sus debilidades sino sus fortalezas. Por esa capacidad de ver fortalezas en los demàs, Jesùs "pudo salvar lo que se habìa perdido".
¿Què es lo que ves en tu jardìn, en tu casa, en tu trabajo, en los demàs?
"Los lìderes que inspiran son aquèllos que ven lo mejor que hay en los demàs".
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